La historia según Milei

La historia según Milei

Hernán Brienza

Germán Oesterheld en esa gran obra artística que fue El Eternauta creó un personaje entrañable que se dedicaba a escribir una crónica de los sucesos de la invasión de los Ellos para la posteridad. Lo llamó Ruperto Carlos Nepomuceno Mosca. Era enjuto, ensimismado, algo distraído, de anteojos gruesos y siempre encorvado anotando en su libretita todo lo que sucedía con una precisión milimétrica. Era historiador y se definía como un “superperiodista”. Minucioso, obsesivo, milimétrico en su registro, hacia el final de la primera parte de la historieta termina convertido en hombre-robot. No resulta justo cargar al autor de la obra con la metáfora, pero resulta interesante reflexionar sobre el hecho de que el historiador concluya su participación con un tele-director en la nuca. ¿Es la metodología la responsable de esa robotización? ¿es la presunción de objetividad, de neutralidad, de asepsia la que condena al historiador a repetir las órdenes de algún comando oculto? Es difícil responder esta pregunta, pero algo sugerente se desprende de esta metáfora: la posibilidad de que una historia que no esté viva, que no sea dinámica, que se sacralice y deje de discutirse a sí misma se robotice.  

Jorge Luis Borges en su texto El pudor de la Historia, relataba la siguiente anécdota: “El 20 de setiembre de 1792, Johann Wolfgang von Goethe (que había acompañado al Duque de Weimar en un paseo militar a París) vio al primer ejército de Europa inexplicablemente rechazado en Vary por unas milicias francesas y dijo a sus desconcertados amigos: En este lugar y el día de hoy, se abre una época en la historia del mundo y podemos decir que hemos asistido a su origen. Desde aquel día han abundado las jornadas históricas y una de las tareas de los gobiernos (singularmente en Italia, Alemania y Rusia) ha sido fabricarlas o simularlas, con acopio de previa propaganda y de persistente publicidad. Tales jornadas, en las que se advierte el influjo de Cecil B. de Mille, tienen menos relación con la historia que con el periodismo: yo he sospechado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas. Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver. Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registra su libro”.

Bello comienzo de ese texto en el que Borges intenta ceñir a la Historia a un pudor que el autor le endosa. De esa manera, la Historia perdería esa pretensión de futuro que la hace tan ampulosa. No tendría la posibilidad de reclamar en tiempo presente la capacidad de señalar que momento es trascendente y cual no. Según Borges, no es la premonición una de las funciones de la Historia.

El exquisito pintor neerlandés Johannes Vermeer van Delft, aquel que ha encantado a la humanidad con su cuadro La joven de la perla, creía que Clío, la musa de la historia, sonreía al pintor estableciendo una complicidad entre la historia y el artista (o el arte) que seguramente hizo las delicias de Vicente Fidel López, el historiador que defendía la tesis de que la Historia era un Arte frente a Bartolomé Mitre, quien sostenía que sólo se trataba de una ciencia con un método infalible. Pero Vermeer fue más allá y entre los elementos que otorgó a la musa fue el don de la adivinación, virtud con la que los griegos ya habían dotado a Clío.

En nuestras pampas y tres siglos después de Vermeer, el pensador nacional y popular Arturo Jauretche –quien supo ser amigo de Borges en los años de juventud para separase en los albores del peronismo- también creía como el pintor holandés que la historia era una dialéctica entre pasado, presente y futuro. En su conferencia que tituló Política Nacional y Revisionismo histórico desecha a la historia como simple “museología” y sostiene: “Sin un conocimiento cierto del pasado, pues no hay una política en el que la posibilidad de tales fines está contenida, tanto como en el presente. Conocimiento de la realidad imprescindible a un planteo del futuro, del mismo modo que no puede obtenerse un producto químico sin conocer los elementos que se mezclan en la probeta. Y aquí no se trata sólo de elementos materiales, porque el conocimiento del pasado es experiencia, es decir, aprendizaje; el elemento técnico del laboratorio que ahorra la búsqueda puramente empírica, el ensayo permanente, la continua frustración, el fracaso reiterado, mucho más grave cuando la probeta es precisamente el cuerpo social, el país y sus hombres. Eso es la función de la historia en la química de la sociedad y de las naciones: proporcionar juntamente con los datos de la realidad, la aptitud técnica para aprovecharlos. La falsificación ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Así hemos carecido de realismo político en el sentido señalado por Chesterton, obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones. Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional”.

Para Javier Milei, la Historia también es una masa de arcilla a la que se le puede dar forma a placer de quien la tiene en sus manos. Por eso construyó su propio relato simbólico –pletórico de signos, fechas, nombres propios- para justificar su propia aparición política. Por supuesto que todos los gobiernos lo hacen: Juan Bautista Alberdi acusa a Bartolomé Mitre en su libre Grandes y pequeños hombres del Plata de escribir su monumental biografía de Manuel Belgrano solo para escudar su propia presidencia y su fratricida guerra al Paraguay; Juan Domingo Perón instauró el Centenario de la muerte de José de San Martín para investir a su propio gobierno de impronta libertaria; el golpe de 1955 se autodenominó “Libertador” en homenaje a las campañas de Juan Galo de Lavalle contra la supuesta tiranía de Juan Manuel de Rosas; la dictadura de Jorge Rafael Videla se proclamó como  “Proceso de Reorganización Nacional” aludiendo por supuesto al “proceso de organización” que transcurre entre las presidencia de Mitre y de Julio Argentino Roca –no en vano en 1980 celebraron el Centenario de la “Campaña al Desierto”-; el kirchnerismo lo hizo con el Bicentenario y construyendo una neo revisionismo histórico y el macrismo, por su parte, reescribió la historia contemporánea fabricando la fábula de los 70 años del peronismo.

Milei, como supuesto Anarco-libertario, pero sobre todo como buen milenarista, necesitaba volver al principio de los tiempos para justificar sus políticas de tierra arrasada. Es por eso que la primera ley que buscó sancionar la llamo “Bases”, en obvia alusión al célebre texto de Alberdi. Milei, lejos de verse a sí mismo como un “reorganizador” se piensa como un “refundador”, como alguien que está llamado no a una mera reorganización sino a una reconstrucción de la Nación. Y como supuesto anarco capitalista debe remontarse a los momentos previo de la construcción del artefacto conocido como Estado-Nación argentino. Debe posicionarse antes del pacto constitucional para ponerse por encima de la propia Constitución Nacional. Porque en su imaginario el único pacto es él mismo. Su ley –perdón por el galimatías obvio- es la única ley posible. Y para eso se referencia en un solo Alberdi –el verdadero Alberdi, por suerte, es mucho más prolífico y complejo que el de las Bases- para poder “destruir” el Estado desde adentro. Desde adentro y desde el fondo de la historia y para siempre, como imagina cualquier milenarista que se precie de sí mismo. La primera operación cultural sobre la historia, entonces, es ponerse “antes” de la misma historia. Ir al fundamento para construir la “propia” historia y para eso es necesario sentar las “bases” de ese proceso.

En varias oportunidades Milei coqueteó con la figura de Roca, posiblemente por influencia de su amigo “Bertie” Benegas Lynch. La referencia es tentadora, ya que el “zorro tucumano” fue una figura fundacional en la historia argentina, pero lo fue, a diferencia de los deseos imaginarios de Milei, como fundador del Estado Nación, artefacto al que el actual presidente de la Nación desprecia. Se podría decir que las políticas desintegradoras del Estado que lleva adelante el paladín del anarco-libertarismo intentan minar las bases que el propio Roca construyó para el Orden Conservador que duró prácticamente cuarenta años. Recordemos que la primera presidencia de Roca se caracterizó por un febril ritmo en la construcción de obras públicas basado en un alto déficit subsanado por vía del endeudamiento –se construyeron importantísimos edificios públicos (ministerios, escuelas, hospitales), redes ferroviarias y puertos (el de Madero y Ensenada, por ejemplo)- y fundamentalmente se sancionó las leyes de Educación primaria y la de Autonomía Universitaria. Dos rubros que Milei desprecia de forma notoria, por lo tanto, la referencia a Roca es por lo menos equívoca.

El segundo mito que Milei intentó imponer es el que los problemas de la Argentina no comenzaron con el peronismo en 1945 como intentó imponer el macrismo con su fantasmagoría de los “70 años de peronismo” si no en 1916 con la aparición del yrigoyenismo tras las primeras elecciones masculinas libres. Repasemos: ese año, gracias a la aplicación de la ley de voto secreto, universal y obligatorio, los hombres mayores pudieron votar con seguridad y libertad. El resultado es que la coalición conservadora que gobernaba con fraude desde 1862 perdió las elecciones a manos de la Unión Cívica Radical. Milei sostiene que allí nació el populismo. Y por eso coloca allí la fecha del inicio de la decadencia del país. Bueno, resulta sintomático que, en realidad, utilice como fecha clave el fin del fraude electoral sistemático y el inicio del camino republicano y democrático. ¿No será el voto popular y la democracia de masas lo que más le molesta a un presidente claramente personalista y autocrático?

El tercer mito que intentó construir Milei es la propia representación en la figura de Domingo Faustino Sarmiento. Utilizó su nombre para reemplazar el de Néstor Kirchner del edificio del Centro Cultural Néstor Kirchner. Más allá de la babosa política de erradicación de nombres y de fallido intento de extirpación de movimientos políticos como el peronismo en el 55 o el kirchnerismo en la actualidad, con la evocación a Sarmiento ocurre lo mismo que con Roca. Milei, más allá de la propensión al insulto y a la violencia, no tiene mucha vinculación ideológica con el vehemente sanjuanino. Partidario de la obra pública, de la educación pública, de la reforma agraria, los principales puntos de auto-referencia mileísta también parecen ser fallidos.

La Historia, por supuesto, es un territorio en disputa, en permanente conflicto, un tapiz en que las agujas que lo tejen son espadas que tejen miradas ideológicas muchísimos años después de que unos supuestos hechos se produjeron de una manera o de otra. El filósofo existencialista Jean Paul Sartre, quien con burla parisina se reía también de quienes pretendían aprehenderla de manera científica, sostenía que “incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo”. Tenía razón Borges cuando decía que la historia es pudorosa mientras transita el presente –salvo contadas excepciones, por supuesto- pero la Historia es veleidosa, inconstante y voluble cuando se mira al pasado, desde cualquier presente, para dirigirla hacia un futuro político determinado. Milei necesita reescribir la historia. Para justificarse a sí mismo, para legitimarse, para entroncarse en una tradición. Como todo buen fundamentalista necesita retrotraerse a los orígenes. Eso hacen los milenaristas, los mesiánicos. No es el primero ni el último. Desde algún lugar de la Historia, el gran escritor irlandés Oscar Wilde, lo debe estar mirando con melancólica ironía y pensando que, después de todo, “el único deber que tenemos con la historia es rescribirla”.

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