A solas con al papa Juan Pablo II

A solas con al papa Juan Pablo II

  • MADRES
  • 13 de julio de 2018
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Un encuentro gigantinho

Las Madres viajaron 36 horas en micro hasta Porto Alegre en julio de 1980. La frase macabra y la gran decepción.

En julio de 1980 –exactamente 38 años atrás– las Madres de Plaza de Mayo lograron concretar la primera audiencia privada con el papa Juan Pablo II, luego de varios intentos y de algunos esporádicos encuentros en la audiencia general en el Vaticano.
La entrevista no se produjo en Roma, sino en Porto Alegre (Brasil) país que Su Santidad visitaba por primera vez y que era todo un acontecimiento, tratándose del país con mayor número de católicos del mundo.
El Papa estuvo doce días en tierras brasileñas en los que recorrió trece ciudades brasileñas (Brasilia, San Pablo, Belo Horizonte, Recife, Porto Alegre, entre otras). Cuando las Madres tomaron conocimiento de que visitaría Brasil comenzaron a debatir la conveniencia de viajar para lograr, de una vez por todas, un encuentro que amplificara su reclamo.
Lo debatieron y al no llegar a un acuerdo, la comisión directiva de la Asociación terminó decidiendo que era imposible lograr la audiencia debido a que las gestiones previas no habían dado el resultado esperado. No obstante, un grupo de Madres (mayormente de Filial La Plata), que no compartían la decisión de la Comisión, empezó a manejar la opción de ir igual, gestionándose el viaje, cosa que finalmente hicieron.

El viajar es un placer…

Decidieron viajar a Porto Alegre por una cuestión matemática: al ser una ciudad con menos habitantes, tendrían mayores posibilidades de lograr su propósito que en San Pablo. La iniciativa era viajar, en micro, y, al arribar, realizar todas las gestiones posibles para materializar el encuentro.
Finalmente, once Madres –seis de La Plata, entre ellas Hebe de Bonafini; dos de Mendoza, dos de Concordia y una de Buenos Aires– se subieron a un micro que salió de la iglesia San Ponciano de La Plata. Compartieron las 36 horas de viaje con sacerdotes y religiosas de esa congregación, que iban a ser parte de un encuentro pastoral con el Papa.

El viaje en micro tuvo varias perlitas. En algunos pasajes, el grupo de feligreses iba rezando padresnuestros y avemarías. En un momento, Hebe les pidió que las dejaran continuar a ellas. Pidió silencio y el grupo de Madres comenzó a rezar por los desaparecidos, con versiones libres del Padre Nuestro y el Ave María que habían inventado y que incluía referencias a los desaparecidos. Los religiosos no podían creer lo que escuchaban.
En el micro viajaba, también, un gigantesco cartel que las Madres habían elaborado para desplegar en las calles de Porto Alegre por las que haría su recorrido el Papamóvil. Tenía 36 metros de largo. Lo habían hecho en el sótano de la casa de una de las Madres, Marta Alconada de Aramburú, y por las propias dimensiones –del cartel y del sótano– no lo habían podido desplegar por completo: mucho después, supieron cuánto media. La consigna era tan extensa que iban agregando pedazos de telas para completarla.

“Manifestación política”

El 3 de julio, a la una del mediodía, arribaron a destino. Una hora más tarde –apenas una hora después, luego de haber viajado ¡un día y medio!– un grupo fue a la Curia. Fueron recibidas por el arzobispo, cardenal Vicente Scherer, a quien le dejaron una carta para que fuese entregada a Juan Pablo II y le manifestaron su intención de concretar una audiencia privada.
A las tres de la tarde, realizaron una acción de amplio impacto político: desplegaron el extensísimo cartel frente a la Catedral. La consigna fue leída por miles de brasileños:
“Por los desaparecidos en Argentina–Madres de Plaza de Mayo”.
El Cardenal, que les había garantizado que entregaría la misiva al Papa, luego se mostró contrariado frente a la acción de las Madres porque la consideró una “manifestación política”. Inquietas como siempre, propiciaron otras reuniones y en una de ellas, otro religioso, Antonio Cecchin, les dijo que se ocuparía de gestionar el encuentro.
Ese mismo día volvieron a desplegar el cartel sobre una avenida por la que iba a pasar el Papa y su comitiva. La Policía las obligó a sacarlo, pero ellas decidieron doblar la apuesta: tocaron, aleatoriamente, diversos timbres de un edificio hasta que alguien activó el portero eléctrico. Entraron y subieron a la terraza, en donde desplegaron, otra vez, el cartel con la consigna. Lo sostuvieron entre todas, como podían. Al verlo, la Policía les ordenó, nuevamente, que lo quitasen. Empezó, entonces, una serie de forcejeos. Luego de varios intentos, los efectivos policiales se apoderaron del cartel.

Quisieron, además, detener a las Madres por haber irrumpido en un edificio de esa manera.
Pero la historia no terminó allí: el diputado Aldo Pinto –tenía inmunidad parlamentaria–, las invitó a asistir a su departamento, ubicado en un 5º piso de esa misma avenida. Allí, las Madres hicieron otra bandera, más pequeña y más desesperada: “Las Madres de Plaza de Mayo piden socorro al Papa”. La colgaron del balcón cuando el Papamóvil pasó por allí: lo vivieron como un triunfo político.
A las seis de la tarde, el Papa llegó a la Catedral de Porto Alegre. Las Madres aguardaron, desde entonces, una respuesta. Recién a las once y media de la noche tuvieron una contestación: “El Papa las recibirá, en audiencia especial”, les dijo Cecchin.

Las Madres y el Papa

Finalmente, el sábado 5 de julio de 1980, pudieron concretar su encuentro con el Papa, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre. Las Madres habían acordado que, para aprovechar el poco tiempo del que dispondrían durante la audiencia, cada una hiciera referencia a un tema particular. Sin embargo, cuando se produjo la reunión, la desesperación pudo más y transmitieron su pedido con ansiedad y sin el orden preestablecido.
El Papa las escuchó y les respondió tomando a cada una de las manos. Les dijo: “Tengan fe, paciencia y esperanza. Yo siempre me preocupé, me preocupo y me preocuparé” por el problema de los desaparecidos en Argentina. Las Madres le entregaron, además, una carta para que interceda ante el gobierno de Videla para obtener información de “los miles de hombres y mujeres, además de niños, que han sido detenidos o secuestrados durante cuatro años”. Tenían plena conciencia de que su voz podría generar un cimbronazo en la dictadura que se autoproclamaba “occidental y cristiana”.
Al salir del encuentro, Hebe de Bonafini sostuvo que había sido “un rayo de sol, una luz de libertad”. Tenían esperanza en su intervención. Aunque la audiencia había sido de sólo ocho minutos, el hecho de que hubiera sido su única actividad estrictamente no religiosa durante las dos semanas en Brasil significaba un triunfo político transcendente.

Habían podido concretarla por los valores que resumen su lucha: tozudez, creatividad, perseverancia, coraje y lucidez política. Atrás habían quedado tres visitas al Vaticano y un viaje a Puebla, México, en los que la posibilidad de un encuentro privado se había esfumado, una y otra vez.

El misterio de la fe

La breve reunión con la máxima autoridad de la iglesia católica y uno de los mayores líderes mundiales provocó expectativa en las mujeres del pañuelo blanco, además de brindarles una mayor visibilización global a la que, por prepotencia militante, ya estaban teniendo.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las palabras del Papa fueron perdiendo fuerza, ya que no fueron acompañadas por ningún hecho concreto. Durante la audiencia, además, Juan Pablo II había pronunciado a algunas de las Madres una frase que, con el paso de los años, se volvería macabra: “Ustedes volverán a ver a sus hijos”.
¿A partir de qué información el Papa había sostenido tal cosa, que sonaba muy similar a los engaños que la jerarquía eclesiástica argentina les hacía a las Madres cada vez que recorrían iglesias, obispados, o conventos?
La respuesta sigue siendo un misterio.

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