Infiltrados, quintas columnas y otras fuerzas centrífugas
- Columnas
- 18 de junio de 2024
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Por Eduardo de la Serna.
En sus notas periodísticas del domingo, tanto Tuni Kollmann como Patán Ragendorfer señalaban la presencia de infiltrados en la marcha disuelta para conseguir la ley Gases, y la permanencia de estos indeseables cada vez más presentes en las fuerzas lejanas al Gobierno.
En esta misma semana, se informó que tanto Tomás Rebord como Guillermo Moreno son financiados por una productora perteneciente a Sebastián Tabakman y Daniel Parisini, conspicuos “libertarios”. Se entiende, así, la omnipresencia del ex secretario de comercio que, a pesar de no tener el 1% de los votos aparece por doquier como si fuera el adalid de la oposición y – en la práctica – es el gran adversario de cualquier fuerza dentro del espacio nacional – popular blandiendo un peronómetro que nadie le otorgó hablando de un paleoperonismo de arqueología.
Pero, creo, no son unos y otros las únicas fuerzas que parecen estar dentro de los ambientes populares y que, en la práctica, resulta por lo menos sensato, preguntarse para dónde “tiran”. Y, lamentablemente, no puedo sino preguntarme por la mirada que esgrimen algunos sectores eclesiales.
Ya vimos un rápido intento de desmarcarse en una misa en Luján, con motivo del atentado contra Cistina, hace algunos años de varios miembros del episcopado. Hoy vemos a algunos intentando ponerse “en la vereda de enfrente” de cantos como “la patria no se vende”.
En sus reflexiones en los Medios, el cura mártir Lucho Espinal repetía que la iglesia no molesta cuando habla de las almas del purgatorio.
… la religión no tiene problemas cuando habla de las almas del purgatorio, pero los tiene cuando proclama la liberación de las personas.
Y cuando dice qué es lo que no es un cristiano afirma que
El cristiano no es tampoco una persona que se despreocupa de este mundo porque tiene otro de repuesto. No es uno que no piensa porque en Roma piensan por él.
En lo personal, por ejemplo, me resultó sumamente insatisfactorio lo dicho en el Te Deum, donde el arzobispo criticó que los funcionarios se “autoaumenten” los salarios, pero no hizo referencia a este modelo perverso y empobrecedor, a las actitudes represivas, a las relaciones internacionales y demás “cositas” que parecen más graves que el lamentable “autoaumento”. Es sabido que hay un número importante de obispos que acompañan a este gobierno, no solamente el castrense. Así, es comprensible que se manifiesten desconformes con que espontáneamente muchos canten “la Patria no se vende”. Ciertamente, eso molesta, cosa que no ocurre si se canta “alabado sea el santísimo sacramento del altar”. Y parece que el hecho de que la patria se está vendiendo no le resulta molesto a algunos mitrados. Y, me resulta evidente, manifestarse críticamente ante esos cantos es tomar postura política, aunque se disimule detrás de los “sagrado”.
Hace mil años conocí, de pasada, a un cura villero: Julio Triviño. Fue puesto por las religiosas de Mallinkrodt para reemplazar al molesto Carlos Mugica en la villa YPF, de Retiro. Fue, a su vez, capellán militar. Ser cura u obispo villero no avala el pensamiento en favor de los pobres y su liberación.
Curiosamente, miembros del episcopado, los mismos que dicen que los curas no deberían manifestarse políticamente, parecieran ignorar (dudo que lo ignoren) que imaginar o predicar una “iglesia” desencarnada en nombre de la unidad, no comprometida en nombre de la pluralidad y no profética en nombre de la sacralidad, manifiestan una comunidad eclesial cómplice de los victimarios y responsables del hambre, la desocupación y la tristeza. Ciertamente, una cosa es decir “votemos a Fulano” – que sería asumir una posición política ciertamente discutible – y otra diferente es decir “la patria no se vende”. Ese canto sólo puede molestar a quienes celebran que la Patria se venda. Obispos incluidos. Pueden decir “no invitamos a políticos” a tal celebración, y pretender que eso parezca aséptico. Pero algunos sospechamos que algunos políticos están celebrando. La santidad no está en separarse del mundo siendo “puras como ángeles y soberbias como demonios”, como se decía de las monjas de Port Royal (s. XVII). La santidad está en presentar nuestra vida (y muerte) de pueblo y dejar que, desde el amor, la justicia y la paz, Dios la transforme, con nuestra militancia, en un espacio donde Dios reine. Eso predicaba Jesús, por eso lo mataron. Porque molestaba al poder político y religioso de turno. Ah… y me olvidaba: ¡la Patria no se vende!