Por favor, no te beses el escudo

Por favor, no te beses el escudo

Entre la pasión genuina y el negocio despiadado, el fútbol cambió de piel. Entre la emoción y el mercado, el hincha sigue creyendo.
Por Miguel Tano Facenta

Vamos a ponernos en contexto; cuando era pibe las camisetas no tenían «esponsor». Tus viejos compraban en la tienda deportiva o de pilcha en general, esa del barrio, la que tenía los colores de tu pasión y era el regalo que más alegría generaba. Y cuando digo los colores de tu pasión me quedo corto; era parte de tu identidad, del lugar donde vivías, donde eras feliz; resumiendo tu lugar en el mundo. Una forma de expresar, casi a voz en cuello, quien eras.

Los años pasaron y ese juego – deporte, porque a la pelota se juega, se fue profesionalizando de una forma voraz y vertiginosa superando con creces las previsiones del bueno de Dante Panzeri.

La profesionalización trajo aparejada la instalación del fútbol – negocio desplazando al juego – deporte, se juega poco y se corre mucho, relegando ese componente, esencial para mi criterio, de instancia formadora de valores y templanza humana.

Ante todo, quiero dejar en claro que me considero lo suficientemente realista como para saber que, en el contexto capitalista del mundo, la monetización de las actividades es justa y necesaria y que vivir dignamente de lo que a uno le apasiona es lo más cercano a una bendición; pero, y volviendo a lo relegado en esta transformación, el resultado es algo cargado de particularidades que, en algún sentido, terminan, como poco, haciendo «ruido».

Aquel sueño del pibe de llegar a la primera del club que lo cobijó y formó, en muchos casos, humana y deportivamente; representándolo con orgullo, sueño de jugar un mundial, se fue transformando en una expectativa personalista: “¿Cuándo me voy a Europa?” Y digo Europa como podría decir Brasil, México y, si me apuran, Estados Unidos. Sabemos bien que, comparado con los ejemplos que cité, Argetina está lejos de competir en el nivel de sueldo que cobra un jugador y que, sobre llovido mojado, una venta aseguraría un buen ingreso para las arcas del club.

Aquí comienza el conflicto que da título a esta reflexión; los hinchas de fútbol somos una especie bastante particular; sabemos fehacientemente que el móvil principal de este juego que nos apasiona es económico y que deja poco lugar al sentimiento; pero de todas formas vivimos esos noventa y pico de minutos, y me atrevo a sumar las horas previas, a pura adrenalina; transpiramos como nunca, fumamos como nunca, insultamos como nunca y también lloramos, a veces de emoción y a veces de pena, como nunca. Entonces llega ese momento sagrado en el que un pibe que viene desde las inferiores del club hace un gol; euforia desatada en las tribunas y en medio del festejo el pebete se acerca a la hinchada agitando la camiseta y besándose el escudo. Hasta ahí todo bien, aplausos, gritos de aprobación y elogios varios; pero la cosa se complica tiempo después; aparece una oferta, un club o un grupo empresario, que seduce al chango para jugar en una liga más poderosa económica y deportivamente; nótese que puse lo económico primero.

Entonces ese acto de amor compartido se evapora como el humo; la posible concreción del “nuevo sueño del pibe”, en la mayoría de los casos, termina perjudicando al club que lo formó; esto sucede en la mayoría con la anuencia del entorno, representantes, empresarios, asesores de dudosa calaña e inclusive familiares directos; que ponen fin al idilio en la mejor de los casos por la cláusula mínima de rescisión, o en el peor, sin haber debutado en primera yéndose por “patria potestad”. Y en medio de este tira y afloje mercantilista nosotros, los que, con una mixtura de candidez, lirismo y romanticismo, por noventa minutos creemos que todavía esos colores que tanto amamos representan lo mismo para los que tienen el privilegio de lucirlos.

Entonces, los ingenuos, nosotros, que entendemos que la profesionalización del “fulbo” convierte a los jugadores en activos de libros de contabilidad y, por respeto a esa dosis de inocencia digna del niño que todavía somos, les pedimos por favor no te beses el escudo.

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