Pasan los años pero el reclamo es el mismo: Aparición con vida
- MADRES
- 30 de junio de 2022
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La verdadera historia de una consigna que hoy se mantiene vigente con la desaparición de Santiago Maldonado. Los nuevos libros de la memoria.
El pasado martes 3 de octubre, en el Rectorado de la Universidad Nacional de La Plata, fue presentada la Colección “Madres de Plaza de Mayo”, una serie de tres libros que la editorial de esa Universidad nacional publicó recientemente en homenaje a las Madres, a 40 años de su primera marcha en Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977.
Los libros que componen la serie son “Rebelión de las Madres. Historia de las Madres de Plaza de Mayo. Tomo I (1976-1983)” y “La otra lucha. Historia de las Madres de Plaza de Mayo. Tomo II (1983-1986)”, ambos de Ulises Gorini, publicados inicialmente por la editorial Norma; el volumen inédito “La venganza y otros relatos”, del mismo autor, que reúne narraciones sobre escenas y circunstancias de la vida política de las Madres; y “Una historia de las Madres de Plaza de Mayo”, de quien esto escribe, que propone un recorrido por el emocionante camino transitado por las Madres entre 1977 y 2003-2015, a través de un relato dirigido esencialmente a niños, niñas y adolescentes. Este último trabajo consiste en una reedición del texto original escrito en 2009, publicado en la revista de las Madres en 12 fascículos coleccionables, distribuido mensualmente por el diario Tiempo Argentino, y contiene fotografías del archivo histórico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo e ilustraciones de Patricio Plaza.
A 40 años del surgimiento de las Madres, va siendo hora de contar su historia, y a través de ella, comprender los avatares de la historia argentina mediante su propio foco.
Generalmente se conoce poco de la historia de las Madres. Apenas sus representaciones más superficiales: el pañuelo blanco, la “ronda” (que no es “ronda”, sino “marcha”, porque se dirige hacia algo, tiene un fin, y su objetivo es político), la cita de cada jueves a las 15.30. Asiduamente, el discurso historiográfico oficial les reconoce arrojo o valentía, pero generalmente se pasa por alto el aporte de las Madres a la subjetividad de los sectores populares, y su interesante e infrecuente huella en la cultura de Occidente. Además, se pasa por alto el sentido colectivo de su lucha, que es constitutivo de sus praxis y se mantiene hasta hoy; por el contrario, se centra siempre en la figura de Hebe de Bonafini, omitiendo que todos planteos, inclusive los que resultan más polémicos, se corresponden con la decisión de todo el grupo.
Desde luego, la historia de las Madres resulta incómoda para muchos. Las Madres dieron vuelta la representación simbólica que los discursos más conservadores de la cultura capitalista, machista y patriarcal asignan a las mujeres en tanto madres, y transformaron su vínculo filial en un lazo político, que atravesó la muerte, y llega hasta nuestros días.
Las Madres nunca renegaron de su condición de madres; al contrario, reconocieron como propia “la cocina”, en tanto la representación del lugar excluyente de la mujer, que veda su participación en la vida pública de su comunidad. Se hicieron cargo de ese mandato filial, de esa “pesada herencia” cultural, pero lo reconfiguraron. Revolucionaron la maternidad. Hicieron política, precisamente en el lugar más desaconsejado del mundo (la Plaza de Mayo, el territorio político por excelencia de nuestra historia), en el tiempo más hostil de los que haya conocido nuestra historia: el Terrorismo de Estado, mientras el genocidio se estaba consumando.
Las Madres se animaron a todo lo que los políticos del sistema, los organismos de derechos humanos preexistentes, los dirigentes de la burocracia sindical, y toda mediación institucional no hicieron: salir a la calle. Señalar. Denunciar. Exponer públicamente el horror. Aun a costa de su propia vida: entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, fueron desaparecidas tres Madres clave del incipiente movimiento: Mary Ponce de Bianco, Esther Ballestrino de Careaga, y Azucena Villaflor de Devicenti, “las tres mejores”, como dice Hebe y repiten sus compañeras, que sobrevivieron a aquel feroz zarpazo de la dictadura.
“Aparición con vida” vs. “Esclarecimiento”
La consigna “Aparición con vida”, tan repetida en la Argentina desde el 1º de agosto pasado, cuando Santiago Maldonado fue visto por última vez, cumple 37 años, y tiene tanta vigencia como cuando fue creada. Las Madres de Plaza de Mayo la emplearon por vez primera en noviembre de 1980, para diferenciarse de la opinión de Chela de Mignone, esposa de Emilio, fundador del CELS, quien, ante un requerimiento periodístico en Estados Unidos, había dicho que aquello que sostenía el presidente de la UCR, Ricardo Balbin, era cierto: los desaparecidos estaban todos muertos. En efecto, ante un medio español el dirigente radical había dicho que creía que “no hay desaparecidos, creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno”. La posición de las Madres fue expuesta públicamente en un comunicado redactado en Estocolmo, adonde habían viajado para acompañar la entrega del Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel.
La consigna “Aparición con vida” fue, sin dudas, la primera gran disidencia de las Madres. Se oponía a la política de “esclarecimiento”, que algunos miembros del movimiento de denuncia a la dictadura veían como un logro y un indicio de cierta crisis al interior del régimen.
Hacia 1980, las Madres seguramente sabían que sus hijos no regresarían con vida. Con vida física. Lo advirtieron, quizás, en 1979, cuando vino la CIDH, de la OEA, y la dictadura aprovechó para desmantelar los campos de concentración, limpiarse la cara ante el mundo y borrar rastros de su responsabilidad en el genocidio todavía en curso. O tal vez antes, cuando en pleno inicio de la lucha por sus hijos sufrieron la desaparición de tres de sus compañeras, en diciembre de 1977.
Pero políticamente, pensaron las Madres, sí los podrían regresar: a través de la lucha intransigente por la vida, sin ninguna claudicación ante el Estado terrorista, desaparecedor y perdonador. Plantarse en el reclamo de “aparición con vida” vuelve inviable cualquier negociación. No hay transacción posible.
La política de “esclarecimiento” había comenzado en los primeros meses de 1979, cuando los militares y algunos políticos cómplices, empezaron a hablar, aunque con señas, de la “muerte” de los desaparecidos. Pretendían aniquilar al movimiento de denuncia que las Madres encabezaban, aunque de un modo más sutil. La dictadura ideó entonces la ley de “presunción de fallecimiento” para dar un marco legal a la desaparición. Si los desaparecidos estaban muertos, como dieron a entender desde Balbín hasta el general Viola, pasando por la sórdida frase del dictador Videla: “Los desaparecidos no existen, no están; son desaparecidos”, entonces no tenía razón de ser la pregunta inicial que dio origen a las Madres: “¿Dónde están nuestros hijos?”.
Quizás fue ahí que al interior de las Madres comenzó a madurar otro reclamo, superador de aquellas primeras certezas que fueron contrastando en la dura lucha cotidiana: aparición con vida. Pero faltaría un tiempo aún para sintetizarlo en esa conmovedora consigna.
Antes, dieron otro paso fundamental: la constitución de la organización que habían forjado en plena calle, en las marchas en Plaza de Mayo, como Asociación Civil. Fue el 22 de agosto de 1979, en la ciudad de La Plata, cuando las Madres pudieron concretar el trámite necesario para constituirse en la Asociación Madres de Plaza de Mayo. El hecho, si bien en apariencia formal, era sumamente importante. Implicaba una declaración de principios, la redacción de normas estatutarias y el nombramiento de autoridades. Al frente de la Comisión Directiva fue elegida Hebe de Bonafini, por decisión de sus propias compañeras, que la eligieron para conducir al movimiento en los difíciles momentos de la dictadura. Una responsabilidad y un reconocimiento hacia Hebe, realizados por sus pares y que, tras sucesivas revalidaciones formales y prácticas, perduran hasta hoy.
En 1979 también vino la CIDH de la OEA
La repercusión internacional alcanzada por las denuncias formuladas por las Madres tuvo resultados reales y concretos. En mayo de 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de la OEA, anunció que visitaría el país para recibir denuncias de los familiares de los secuestrados y comprobar su grado de verosimilitud. La llegada de la Comisión se produjo recién el 6 de septiembre de ese año. Contra su voluntad, la dictadura tuvo que aceptar el arribo de la comitiva internacional, que habían pautado Videla y el entonces flamante presidente norteamericano Jimmy Carter en septiembre de 1977, apenas 6 meses después de que el estadounidense del partido Demócrata asumiera el gobierno de su país. Aquella entrevista entre Videla y Carter, que el mandatario norteamericano concedió en la Casa Blanca en Washington, fue leído como el mayor logro diplomático de la dictadura hasta ese momento. El precio: la visita de la CIDH.
Si bien las Madres estaban contentas con la visita de la Comisión y se preparaban para brindar testimonio, sabían que los militares utilizaban ese mismo tiempo para desmantelar campos, matar gente y alterar pruebas de sus crímenes. A la vez, la dictadura proyectaba utilizar la misión internacional para legitimarse ante los ojos del mundo. En 1977, Carter era el flamante presidente de los “derechos humanos”; en 1979, en cambio, el demócrata ya estaba en retroceso, que la política interior norteamericana saldaría por derecha: en enero de 1981 asumiría un nuevo presidente del partido Republicano, Ronald Reagan.
El mismo día que la Comisión empezó a recibir declaraciones, la Selección juvenil de fútbol obtuvo el título mundial en Japón, con Maradona y Ramón Díaz como figuras descollantes. La dictadura, entonces, volvió a viciar el sentimiento futbolero y las creencias nacionalistas que afloran con los éxitos deportivos, para desvirtuar las denuncias. A través del relator José María Muñoz se convocó al pueblo a festejar el triunfo, no en el Obelisco, sino en la avenida de Mayo donde la misión internacional había instalado transitoriamente sus oficinas, para mostrarles “a esos señores de la Comisión cuál es la verdadera cara de la Argentina”. El edificio donde sesionó la CIDH es hoy la sede administrativa de la Procuración General de la Nación, en avenida de Mayo 760, cuyo auditorio mayor lleva, desde marzo de 2014, el nombre de la recordada fiscal nacional en lo Penal Económico, actualmente desaparecida, Nelly Ortiz de Díaz Lestrem, por decisión de la titular del organismo, Alejandra Gils Carbó, enemiga número 1 del negacionista presidente argentino, Mauricio Macri. Señales de la historia.
Pero en 1979, la provocación montada no surtió el efecto deseado. Mucha gente que se acercó a la avenida de Mayo, lugar no habitual de festejos populares por hazañas deportivas, se enteró cuerpo a cuerpo, sin mediaciones periodísticas, del drama que miles y miles de familias argentinas estaban sufriendo.
Las Madres de Plaza de Mayo fueron recibidas por la Comisión Interamericana en forma colectiva. Todas juntas dieron su testimonio, no individualmente. Como a los patrulleros o las comisarías, entraban a dar testimonio de a muchas. Ese gesto de las Madres y ese reconocimiento por parte de la Comisión, eran reveladores del éxito de sus primeros pasos en la lucha: tenían ya su propia identidad. Eran todas o ninguna. A las Madres había que aceptarlas como eran. Distintas. Únicas. Fruto de la dignidad, el coraje y la rebeldía que pueden aflorar en el pueblo, aun en el peor escenario histórico y político.
Esa identidad de las Madres se sostenía, básicamente, en la búsqueda desesperada de los hijos, en la certeza de la fuerza que tiene el reclamo colectivo y en la negativa, bajo cualquier circunstancia, a darlos por muertos.
En este punto las Madres colisionaban con el resto de organizaciones de derechos humanos y compañeros en la denuncia, que hasta ese momento conformaban el movimiento de confrontación con la dictadura. Las Madres de Plaza de Mayo, no; pero los demás aceptaban que los desaparecidos podrían estar muertos, porque, decían, lo que ellos buscaban era “la verdad”.
Hacia 1980, para contrarrestar el “éxito” de la campaña de denuncia de las Madres y debido a la repercusión internacional, la dictadura empezó dar por muertos a los desaparecidos. Ya no eran meras declaraciones en la prensa, presagios, elucubraciones. A través de la entrega de cadáveres, la publicación de nóminas oficiales sobre “elementos subversivos” abatidos en combates y el otorgamiento de pensiones para los deudos de los presuntamente fallecidos (primer rasgo de las futuras reparaciones económicas, que las Madres siempre rechazaron), los militares intentaban demostrar que no había “desaparecidos”, sino que estaban “muertos”.
Las Madres, entonces, crearon esa consigna que aún hoy continúan levantando: “Aparición con vida”. Quizás previendo que sus hijos e hijas no volverían físicamente con ellas, en la frase denunciaban para siempre el carácter terrorista y criminal de un Estado que fue autor de las desapariciones, que seguía sin devolver con vida a los secuestrados y que, por añadidura, era perfectamente incapaz de juzgar a los responsables.
Las Madres nunca jamás iban a aceptar la muerte de sus hijos; menos aún iban a ser ellas quienes los dieran por fallecidos a cambio de una pensión. Nunca iban a permitir que el Estado que los desapareció se librara tan fácilmente de sus culpas, declarándolos muertos.
Las Madres ya no eran las madres de desaparecidos, las locas desesperadas, ingenuas, doloridas. Habían madurado políticamente. Tenían una consigna para confrontar con el poder militar. Una respuesta política. La lucha, en la que habían perdido a tres de sus mejores compañeras, las había convertido en Madres de Plaza de Mayo. El reclamo de “Aparición con vida” les trazaba un horizonte nuevo, de grandes extensiones para transitar, siempre en el mismo camino: la justicia y el ansiado abrazo con los hijos. Un abrazo que, con los años, se convertirá en un conmovedor, complejo y dinámico encuentro político.
Hoy
Las Madres tenían razón en 1980, y aunque les costó y mucho sostener esa intransigencia, especialmente durante el alfonsinismo (tanto que en 1986 sufrieron la escisión de un pequeño grupo, llamado Madres Línea Fundadora), vuelven a demostrarlo ahora. Con Hebe a la cabeza, las Madres encontraron más continuidades entre la dictadura y la constitucionalidad alcanzada en 1983, que rupturas. A partir de diciembre de 2015, volvió a completarse el círculo interrumpido durante los 12 años anteriores.
Ojalá la lección histórica de Hebe de Bonafini y Juanita de Pargament, y tantas otras, no se olvide y la intransigencia del reclamo por la aparición con vida o nada, de Santiago Maldonado, nos encuentre unidos, organizados y firmes, dispuestos a no negociar ni un tantito así, como decía el Che, con el capitalismo explotador y asesino, que tiene en Macri su expresión más despiadada en la región.