¿Para qué sirvió el peronismo?

¿Para qué sirvió el peronismo?

La columna del historiador, periodista y es escritor Hernán Brienza.

Si el primer peronismo fue la respuesta a la segunda modernización –el proceso de industrialización por sustitución de importaciones-, si el menemismo fue, equivocada o no, la contestación a la tercera modernización –la globalización y el neoliberalismo-, si el kirchnerismo fue la “corrección peronistíca” de las tropelías que el neoliberalismo había dejado en su camino, habría que preguntarnos ahora si la crisis en la que se encuentra envuelto corresponde a la tercera modernización o si ya, capitalismo financiero e Inteligencia Artificial mediante, podemos hablar de un cuarto proceso. La respuesta a esa pregunta es importante porque de la forma en que se diagnostique el momento histórico dependerá la reflexión para sacar al peronismo del fango en el que encalló tras la derrota.

Me resulta sumamente convocante algunas de las ideas que desarrollaron algunos de los autores que cité. Quiero retomar algunas de ellas para llegar a algunas conclusiones. Por supuesto que los autores visitados en este epílogo son, salvo el Papa Francisco, pensadores europeos pensando a Europa, lo que, por supuesto trae aparejado algunos marcos teóricos que no siempre son aplicables en América. Pero más cierto aún es que a esta altura de “la soiree” ya sabemos que hasta los autores argentinos más nacionalistas del mundo –perdón por la broma- han abrevado en autores extranjeros –incluso el propio Perón- y que el mismísimo nacionalismo argentino es tributario de los nacionalismos europeos. Y mucho más cierto aún es que hoy, gracias a la globalización y la tecnología, la vida en las grandes ciudades es muchísimo más homogénea que hace unas décadas, cuando nació incluso el peronismo.

De los autores citados anteriormente me interesa rescatar a) la noción de “psicopolítica”, es decir de las influencias políticas que las redes generaron en el mundo afectivo de los individuos, b) la idea de “hiper individualismo” y de ruptura de las relaciones sociales y el fin de un “mundo común”, c) la posibilidad de que las clases homogéneas, como se estructuraban en el siglo XX, hayan desaparecido para siempre y por lo tanto categorías como lucha de clase o su conciliación sean superfluas, d) la propuesta de reunir en el concepto de “precariato” tanto a los individuos como a las identidades colectivas precarizadas económica, cultural, social, simbólicamente, por el neoliberalismo, e) la construcción de un individuo tirano, f) la noción del rencor generado por las desigualdades mínimas y mezquinas, g) la crisis del valor de justicia social, h) el proceso de atomización y fragmentación que viven las identidades colectivas como la religión, el Estado Nación, los sindicatos, la familia, y por último, i) la imposibilidad de prever el impacto de la inteligencia artificial en el reemplazo de la toma de decisiones políticas no sólo por parte del electorado sino también de las dirigencias políticas.

Es decir, el “sujeto moderno” se encuentra en crisis, el “Estado Nación” parece estar duramente golpeado y la “política” en un crisis de representación terminal que puede abrirle la puerta a que las decisiones con las tome una dirigencia política sino un simple diseño de inteligencia artificial que deshumanice en favor de la cristalización del capitalismo neoliberal como única posibilidad y deje sin futuro a varias generaciones. Y una humanidad sin futuro no necesita de un pasado que le enseñe a no cometer errores en el futuro. Por lo tanto, es el mundo de un presente continuo que quiebra la continuidad de la especie y, por ende, la evolución del proceso civilizatorio que la humanidad emprendió hace ya cientos de miles de años.

Ante este panorama, el peronismo no puede ofrecer las respuestas que habían sido acertadas para un mundo que ya no está. Es necesario repensarlo todo aferrados el mástil de una doctrina que ayudó a campear temporales durante prácticamente ocho décadas. Filosóficamente el peronismo está en crisis. Y no es repitiendo contraseñas, cristalizando dogmas, proponiendo fundamentalismos que puede revitalizarse a sí mismo. No pareciera ser que reimplantando con fórceps valores que la sociedad ha perdido pueda generarse la actualización doctrinaria. Como así tampoco es posible que se logre abrazando nuevas agendas, dejándose cautivar por un progresismo banal, autoritario y cancelatorio o entregándose resignadamente a la administración de los despojos que el capitalismo neoliberal deje a su paso. Ni una respuesta ortodoxa ni la apostasía parecen ser los caminos correctos para la reparación del peronismo. El camino más interesante, quizás, sea la recuperación de una mística nacional y popular que acompañe las experiencias, los miedos, las ilusiones, los valores y las contradicciones de las mayorías precarizadas y que vuelva a insertar, a hacer conversar, con humildad y con honestidad, los principios, posiblemente traducidos al presente, de aquellos principios que fueron tan efectivos para interpretar la forma de ser de una mayoría política que se reconocía a sí misma como un pueblo. El peronismo debe recuperar la escucha.

Y, por supuesto, debe elaborar un modelo económico que mejore las condiciones materiales de las mayorías. Sin una propuesta económica realista, eficiente, generadora de riqueza y ya no redistributiva – es decir a través del Estado- sino sencillamente distributiva –con pautas sociales claras- el peronismo muere en los devaneos especulativos y las disquisiciones ontológicas de una elite narcisista. Encontramos al peronismo vivo en el error y no en la pureza. En el rumiar del desatino y no en el eslogan perfecto.

Dejando a un lado la prosa prescriptiva quiero retomar parte del análisis de los capítulos anteriores para analizar cuáles son las opciones  que tiene el peronismo a futuro para seguir persistiendo. De la crisis producida por la derrota del 2023, y teniendo en cuenta que luego de una crisis el peronismo huyó hacia adelante con una nueva estrategia de establecimiento en el proceso civilizatorio argentino, resta evaluar cuál será la próxima jugada de la elite dirigente del movimiento que pronto cumplirá 80 años. ¿Emergerá una nueva estrategia de confrontación hegemónica o de asimilación? ¿O la próxima etapa incluirá la posibilidad de establecimiento por asociatividad, es decir, por la concreción, finalmente, del tantas veces anunciado pacto social o contrato social? ¿Y cómo será esa asociatividad? ¿El peronismo aportará gobernabilidad y paz social, tras el cuarto fracaso consecutivo del neoliberalismo, a las estructuras de poder de la Argentina Establecida? ¿Y cuáles serán los límites de reparto de responsabilidad y de beneficios de ese pacto de asociatividad? Establecimiento contrahegemónico o asociatividad, esa es la cuestión. La primera estrategia reavivará el empate entre argentinas, salvo que una de ellas pueda vencer definitivamente. La segunda podría poner fin a ese empate, pero habría que evaluar los costos para las mayorías y los beneficios para los sectores productivos. Por fuera de esas opciones, el desierto, es decir, la lenta languidez de armado político sin sentido y sin misión histórica.

Por último, el peronismo sirvió para modernizar el sistema cultural argentino, intentando reemplazar el supremacismo reaccionarios del siglo XIX con un igualitarismo plebeyo del siglo XX. Amos momentos coinciden, por supuesto, con las necesidades de los sistemas económicos que los contenían. El modelo agroexportador necesitaba justificar la supremacía de una elite que concentraba riquezas y que no precisaba de un mercado interno. El modelo mercado internista, en cambio, requería relaciones sociales más igualitarias y menos ásperas, en las que productores, trabajadores y consumidores pudieran entremezclarse en una feria imaginaria. Esas dos civilizaciones argentinas todavía hoy tropiezan entre sí superponiéndose una a la otra.

Dentro de esa modernización de pautas culturales, quizás, el centro de la disputa sea el derecho al placer. ¿Quién tiene derecho a gozar en la Argentina? ¿Quién se lo merece? ¿Quién hizo méritos suficientes para obtener el derecho al placer? Bueno, no es una cuestión sencilla. La contracara es ¿Quién no y por qué no? Ese límite también demarca la frontera entre la Argentina Establecida y la Argentina forastera o Extranjera. La primera, quizás por el trauma que produjo “el dolor de ya no ser” quedó encerrada en el goce neurótico de acaparar el derecho al placer para sus propias elites e impedir el placer de los demás. La segunda, en cambio, intentó democratizar el placer para las mayorías. A veces lo logró y oras veces, no, por supuesto. Pero hay algo que desnuda el síndrome del perro del hortelano de la elite de la Argentina Establecida: Detrás de cada gobierno peronista, siempre, inevitablemente, siempre, el discurso de “los que mandan” –recordemos a Imaz- amenazan con que “ahora hay que pagar la fiesta”. Y la pulsión represiva de la sociedad consiste en castigar a los beneficiados de esa supuesta fiesta con un proceso de empobrecimiento brutal. Y no se trata solamente de una apropiación de recursos, de una transferencia de ingresos. Sino de un escarmiento, a veces brutal, por haber osado pretender el derecho a disfrutar.

¿Para qué sirvió el peronismo, entonces? Para eso, justamente, para democratizar el derecho al placer. ¿Por qué la pregunta en pasado? Porque así como el placer surge del deseo, el peronismo, también depende del deseo colectivo. De un deseo político. De una voluntad. De la voluntad de un pueblo. De un pueblo, posiblemente, atiborrado de una multitud de pueblos.

Fuente: Contraeditorial N° 56 – Año 7 – Dic/2024

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