La muerte no afea ni embellece – Horacio Verbitsky en El Cohete a la Luna
- ALERTA!El COHETE A LA LUNANoticias
- 5 de enero de 2025
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Compartí con Lanata quince años intensos, en el periodismo y en la política. Cuando murió Maradona, Lanata dijo que fue un asco de persona y pidió que “la muerte no convierta a una mala persona en buena”. Mi opinión sobre Maradona es distinta y sobre Lanata más matizada. Lo mismo vale para Laura Conte y Jimmy Carter, que también se fueron en estos días.
La mezquindad
Lanata trató y fue tratado con mezquindad. Se fue mal del diario que había dirigido, cuando se descubrió que lo usaba en beneficio personal. Hasta dos páginas le concedió en una entrevista a Chiche Aráoz, pero la publicidad del Ministerio de Salud se facturó al programa radial del director. Cuando lo conté, Majul se lo preguntó.
–Puede ser, no me acuerdo –fue su respuesta. Página/12 había denunciado que Aráoz revendía muebles de los detenidos-desaparecidos por el Cuerpo III de Ejército.
De allí en adelante, Lanata menospreció al diario, se atribuyó la exclusividad de su creación, inventó que había renunciado en desacuerdo con el ingreso de inversionistas con los que no coincidía, y procuró superarlo con nuevos productos. Recién lo logró cuando acordó con Héctor Magnetto ser el ariete del Grupo Clarín contra el kirchnerismo. Quienes quedaron al frente del Página replicaron del mismo modo, lo borraron de cualquier referencia a la historia en la que su presencia era insoslayable. Fue injusto por ambas partes. Ni lo hizo él solo, ni fue un accesorio prescindible.
Su habilidad comunicacional era ostensible. Fue uno de quienes repusieron en el siglo XXI la odiosidad entre peronistas y antiperonistas que ensombreció el siglo XX. Luego le puso el equívoco nombre de grieta y por último saltó de una orilla a la otra como la grácil Señora Bibiloni, que regocijaba a Borges y Bioy. Tenía una comprensión incomparable del efecto mediático. Cuando aun era un desconocido y Mariano Grondona lo invitó a su programa, se compró una campera amarilla de duvet, que entre tanta paquetería retumbaba como un trueno. Cuando ya contaba con el presupuesto del Grupo Clarín y no tenía forma de disimular el volumen que había adquirido, se hizo vestir con trajes a medida en las telas menos convencionales hasta lograr el efecto hipnótico de un peluche gigante.
La transición
Lanata siguió figurando como director, pero quien se encargaba de ese rol era Ernesto Tiffenberg, un gran lector y editor. Me consta, porque editó algunas de mis notas:
- La grabación del ministro Roberto Dromi, pidiendo apoyo en el Congreso para las privatizaciones porque el país “está arrodillado vergonzosamente”, lo cual provocó su eyección del gobierno.
- La denuncia de la embajada de Estados Unidos contra el cuñado presidencial Emir Yoma por haber pedido una contribución ilegal al frigorífico Swift.
- El recurso de arrancatoria en la Corte Suprema de Justicia, para reemplazar una sentencia por otra.
- La confesión del capitán Scilingo sobre los vuelos de la muerte.
Poco después del alejamiento del director, sus sucesores me preguntaron cómo veía el diario. Dije que estaba cubriendo muy bien los temas que nos interesaban, pero que se extrañaba el humor vitriólico que le ponía Lanata, porque esa me parecía la clave del éxito: el mix justo entre información rigurosa sobre las consecuencias de la dictadura, que aún estaba muy próxima, y el cachondeo, el ingenio y la liviandad de una generación posterior, que Lanata encarnaba mejor que nadie. No me olvido las caras que recibieron mi comentario.
Omisiones y canapés
En 2012, el diario celebró sus 25 años en la EXMA, con CFK como invitada de honor y nadie mencionó al primer director. “Es como celebrar una fiesta en Auschwitz”, dijo al día siguiente Lanata.
Clarín contó: “Horacio Verbitsky, otra figura clave del diario, no se exhibió en el evento. No fue un gesto desapercibido”. No podía imaginar un festejo, con champagne y canapés en un escenario paradigmático de la brutalidad dictatorial.
Mi aprecio por Cristina está fuera de discusión, pero no coincidimos en todo. El CELS propuso que sólo se expropiaran el edificio emblemático de las cuatro columnas y el Casino de Oficiales con su salón Dorado, de donde salían los grupos de tareas para secuestrar personas o llevarlas a los aviones para tirarlas al mar. Pensábamos que la formación democrática de las nuevas generaciones castrenses se fortalecería si la Marina del siglo XXI custodiara el sitio y rindiera homenaje a las víctimas de la Marina de 1976.
Pero los demás organismos de derechos humanos se negaron a poner un pie en el sitio hasta que no fuera desalojado el último marino. Perdimos 9 a 1 pero entendimos y respetamos esa abrumadora decisión mayoritaria, que Kirchner hizo suya.
Nos parecía que el mantenimiento de 17 hectáreas, con 40 edificios muy deteriorados, más la construcción de nuevas instalaciones en otro lugar para quienes debieran salir de allí, implicaría un alto costo para el conjunto de la sociedad, que había sido víctima de la dictadura. También incitaría a quienes se consideraban humillados y ofendidos a revertir la decisión en cuanto cambiaran las condiciones políticas. Uno de los inventos de Lanata fue que la política de derechos humanos del kirchnerismo fue planeada para robar sin temor a las denuncias que incomodaron a Menem.
En su nuevo diario, Crítica de la Argentina, Lanata calificó el enfrentamiento del kirchnerismo con Clarín y con las patronales agropecuarias de “guerra gaucha”. La Mesa de Enlace, en forma abierta postulaba el desplazamiento de la Presidenta, por su Vice Julio Cobos, como dijeron muy divertidos Mariano Grondona y Hugo Biolcati. Lanata atribuyó el fracaso de Crítica a la presión oficial para que las empresas y los gobiernos provinciales no lo pautaran. Los Wikileaks incluyen un cable del entonces embajador de Estados Unidos, Earl Anthony Wayne, quien sostiene que Lanata y su entonces socio, el ex juez Gabriel Cavallo, le pidieron su intercesión para que las empresas multinacionales rescataran al diario con sus avisos.
Esa bruja de cuento de los hermanos Grimm, a quien personas como Lanata le hicieron fama de que solo admitía esclavos o enemigos, nunca me dijo una palabra por haber escrito en aquel momento que era una tontería calificar de mafioso un dibujo de Hermenegildo Sábat. Muchos años después, por una de sus biografías, supe qué injusto le había parecido. Lo mismo pasó por mi solidaridad con las publicaciones de Perfil, cuando el oscuro asesor Enrique Albistur recomendó borrarlas de la pauta oficial. O cuando desde el CELS logramos eliminar del Código Penal los delitos de calumnias e injurias, con una causa ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. No la entusiasmaba, pero modificó la ley sin protestas.
Con la misma discreción que mostró en aquellos casos, CFK se abstuvo ahora de emitir cualquier opinión sobre quien la llamó “una pobre vieja enferma, sola, peleando contra el olvido, y arañando un lugar en la historia que ojalá la juzgue como la mierda que fue”. Habría que remontarse al “Viva el cáncer” de 1952, pero ese insulto brutal era anónimo. Lanata luego se retractó, al advertir que a nadie le hacía más daño que a él.
Ese ha sido el rasgo más constante de su personalidad y contribuyó a crear las condiciones para que llegara al gobierno alguien que cultiva el mismo lenguaje soez. ¿O son muy distintos?
Al recordar su primera visita a Día D, Maurizio Macrì contó que él esperaba una entrevista amable con Lanata, pero que “apareció Horacio Verbitsky, que me agredió desde el principio”. Al terminar, Lanata le dijo “te la bancaste bien”, y allí nació una amistad, agregó. Yo nunca dije quiero preguntar, yo pregunto. La información en la que me basaba era fruto de una investigación a fondo, y el hombre lo recuerda hasta hoy como una agresión.
Lanata me instituyó como su antagonista. En Urgente 24¸el periodista Raúl Acosta escribió que “Verbitsky ha sido, sin dudas, el único escollo con el que no pudo Lanata: alguien con estudios, pensamientos propios y otras certezas sobre el rol en la vida y como ganarse el mendrugo”.
La visita
Una mañana de 1987, mientras era columnista de El Periodista, donde cubrí el juicio a los excomandantes, un grupo de directivos y redactores de El Porteño me pidió una cita. Llegaron a mi oficina Lanata, Ernesto Tiffenberg y Manzana Elizalde. Con veinte años más que ellos, tenía la experiencia profesional para poner en marcha un proyecto: había sido secretario de redacción del Semanario CGT, que aún hoy se estudia en las escuelas de periodismo; organizado la redacción y contratado al personal de La Opinión; y repetido el mismo proceso con Noticias, el diario de Montoneros.
Por esa misma práctica, Eduardo Luis Duhalde me había propuesto lanzar un diario alternativo, de pocas páginas, más pequeño que el tabloide clásico. Estaría dedicado a la actividad política que desconocían o tergiversaban los diarios comerciales. Trabajé un par de meses en el proyecto, mientras Duhalde buscaba financiamiento. Me habló de Fernando Sokolowicz, un empresario pyme maderero, a quien yo conocía. Durante una visita de varias organizaciones a los presos políticos cuyo indulto solicitábamos al Presidente Alfonsín, un capitoste pronunció la frase hiriente: “Los judíos no”. Soko me lo relató con lágrimas de indignación. Hice saber que, si esa fuera la posición general, abriría el debate público en mi columna semanal en El Periodista. No fue necesario. Adolfo Pérez Esquivel, Emilio Mignone y Estela Carlotto respondieron que era un disparate que no los representaba.
Cuando todo estuvo en orden para editar el diarito alternativo, me eché atrás, por razones personales. En aquel momento llegaron a mi puerta los porteños, a quienes Duhalde y Sokolowicz habían puesto en antecedentes. Una de mis recomendaciones fue desechar las Remington y Olivetti e incorporar computadoras, que implicarían un salto tecnológico de una generación.
Pero no tenían ni tiempo ni plata para abandonar la lógica de Guttemberg. Los fondos disponibles alcanzaban para uno o dos meses y era preciso un rápido impacto. Nos despedimos y días después me llamó Sokolowicz para invitarme a dejar El Periodista y sumarme al nuevo diario. A mí me contrató Sokolowicz, no Lanata, y ese fue el primer motivo de recelo. Mucho después, cuando Lanata me llamó para la televisión, su primer saludo fue que esta vez él iba a ganar más que yo. Me llamó la atención. Shakira diría que a mí me gusta el Swatch y nunca me interesó el Rolex.
El número 1 de Página/12 apareció el 26 de mayo de 1987. El día anterior, por primera vez las Fuerzas Armadas habían jurado lealtad a la Constitución y el sistema democrático. Un oficial se negó a prestar el juramento. Un mes antes se había producido el alzamiento de los carapintada. Lo cubrí desde El Periodista, como antes lo había hecho con el juicio a las juntas. Por eso me encargaron la tapa. “Si, Juro. Fidelidad con dudas”, decía el título, sobre la imagen de un oficial resfriado que estornudaba.
Identifiqué al rebelde que se negó a jurar como el mayor Eduardo Villarruel, a quien llamaban El Cachucha. Había sido el segundo de Aldo Rico en la compañía de comandos en Malvinas, lo había acompañado en el alzamiento de Semana Santa y tenía una hija púber que se llamaba Victoria.
Los militares presionaban para obtener lo que llamaban “la solución política” para los detenidos por Crímenes de Lesa Humanidad. Alfonsín, en 1983 quiso aprobar una ley de obediencia debida, pero le faltó un voto y debió acceder a que se exceptuaran los crímenes atroces y aberrantes. Es decir, todos, porque ese fue el discurso del método. Rico y Villarruel patearon la mesa y Alfonsín se basó en esa fuerza para que esta vez sí el Congreso le aprobara la ley de obediencia debida. Se votó el 8 de junio. Durante esas dos semanas escribí cada día sobre las alternativas en discusión. El diario logró despegar. Era irreverente y socarrón. Pero además tenía la mejor información sobre el tema central del momento.
En los años transcurridos se ocupó una y mil veces de mí, siempre insultante, o participando en la invención de historias que nunca ocurrieron. Además contó que le dije que yo “escribía para las dos mil personas a las que quería influir, que de las restantes decenas de miles de lectores del diario se ocupara él”. También dijo que él hacía periodismo, y yo ideología. No es así, los dos hicimos periodismo e ideología. Cada uno a su manera y con sus convicciones.
El suicidio de La Chorra
Cristina fue una de sus víctimas predilectas. Él le adosó el apelativo La Chorra, antes de que las redes antisociales generalizaran esa práctica de las fake news.
En 2009 recibimos en el CELS una denuncia gravísima: uno de los responsables de las edificaciones que se estaban reconstruyendo en la EXMA había rechazado un presupuesto con una frase turbia:
–Tiene que costar el doble.
Solicité una audiencia y se lo comuniqué:
–Si roban con la ESMA yo me suicido –fue su respuesta tajante. Después me preguntó qué habría que hacer para impedirlo.
–Disolver la comisión de amigos de la EXMA, que permite eludir los controles de la ley de obras públicas.
Así se hizo. El robo con la obra pública fue organizado por un club de empresas a partir de la dictadura de 1955, como cuento en mi libro Robo para la Corona. Los Kirchner aún eran políticos provinciales desconocidos fuera de Santa Cruz. Pretender como Lanata y muchos de sus seguidores que ellos les enseñaron ese método a quienes llevaban medio siglo practicándolo, sólo puede deberse a mala fe o estupidez.
Se convirtió en un infotainer, hizo programas de juegos, actuó en el teatro de revistas. Aspiraba a a ser Tato Bores, Tinelli o Susana Giménez. Su gran mérito es haberlo conseguido, lo cual es digno de aplauso, para quienes valoran esa veta.
Laura
Dos días antes que Lanata murió Laura Jordán de Conte. Fue una figura central en el movimiento por los derechos humanos: presidenta del CELS, integrante de la línea fundadora de Madres de Plaza de Mayo y del espacio por la memoria en la EXMA, impulsora de la Tecnicatura en Música Popular en el edificio que las Madres de Plaza de Mayo tienen en aquel ex centro de muerte y copresidenta de la Comisión Bonaerense por la Memoria.
Hija del médico de clase acomodada Alberto Jordán, por quien guardó una devoción absoluta, formó un inseparable trío juvenil con la escritora Sara Gallardo y la pintora Josefina Robirosa, en un auténtico torneo de belleza y elegancia.
Laura siguió siendo hermosa hasta el final, ya con 12 nietos y seis bisnietos. Lo prueba la gigantografía que durante meses fue exhibida en la fachada del Museo Nacional de Bellas Artes.
Estudió psicología y se casó con el político del ala liberal de la democracia cristiana Augusto Conte Mac Donell. En 1954 fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano, con que el Vaticano horadó al peronismo. Después del golpe del año siguiente, fue designado Subsecretario de Educación.
Augusto y Laura conformaron una típica pareja del progresismo antiperonista de entonces. El primero de sus cinco hijos, Augusto María, nació en junio de 1955. Ingresó a Montoneros en su adolescencia y sus compañeros lo llamaban El Africano, por el pelo enrulado que heredó de su padre.
Era un bebé cuando el jesuita Hernán Benítez, exconfesor de Eva Perón, vaticinó: “Los hijos de los gorilas, por repudio a sus padres, se volverán peronistas y guerrilleros”. También le escribió al exiliado Perón que “la barbarie represiva de que son capaces los gorilas […] no dejará sólo 30 ni 300 víctimas asesinadas, sino 3.000, sino ya 30.000”, creando así “el más profundo e insalvable abismo de toda la historia argentina”. Benítez le legó esa correspondencia a Marta Cichero, quien la incluyó en su imprescindible libro Cartas peligrosas.
En enero de 1974, El Africano fue detenido en la calle con un arma. Los contactos de su padre le permitieron recuperar la libertad. Pero de nada sirvieron en 1976, cuando fue detenido-desaparecido, luego de presentarse en la base de la Marina de Punta Indio en la que debía cumplir el Servicio Militar Obligatorio.
Después de la primera detención de su hijo, Conte estuvo entre los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, junto con Emilio Mignone, quien provenía de la Unión Federal Demócrata Cristiana, la rama nacionalista, que recién rompió con el peronismo cuando entró en conflicto con la Iglesia Católica. La Triple A y la dictadura borraron esas diferencias.
Para profundizar la tarea de investigación y la acción jurídica, se desprendieron de la APDH y formaron el CELS, donde los acompañaron sus esposas, Chela Mignone y Laura Conte. Laura comenzó a atender a perseguidos por la dictadura, en bares o dentro de su auto. Ese fue el germen del equipo de salud mental del CELS, que creó para asistir a los sobrevivientes de la dictadura y a los familiares de quienes no reaparecieron, con su amiga Elena Lenhardtson y un grupo de profesionales jóvenes.
Desde entonces la militancia de ambos no se detuvo y, al concluir la dictadura, Augusto se dispuso a llevar los derechos humanos al Congreso, por la corriente democristiana Humanismo y Liberación, que había formado junto con Carlos Auyero.
En una entrevista que le realicé en 1983, poco antes de que asumiera como diputado nacional, contó que días después del golpe de marzo de 1976, en Guatemala, “un democristiano me avisó que todos los militantes de la Tendencia serían asesinados en la Argentina. Preferí no creerle. Yo admiraba y respetaba a mi hijo. En el mismo mes de abril, llegó a casa y nos dijo que sus compañeros de la Juventud Peronista le habían dicho que la mano venía muy pesada y que debía desertar. Me consultó y yo opiné que si desertaba era hombre muerto. No quiso contradecir a sus padres y decidió desoír el consejo de sus compañeros. Fui un ingenuo. No creía que la vida de mi hijo corriera peligro”.
“Yo era un hombre de dos mundos; me alivia haber dejado de serlo”, afirmó en aquella entrevista. “No somos padres de desaparecidos, somos padres y madres que de alguna manera renacimos a través de nuestros hijos. Aprendimos mucho”.
Mucho, pero no todo. Sintió las leyes de impunidad como una derrota irreversible y se pegó un tiro en 1992. Laura lo sobrevivió 32 años, en los que continuó y profundizó su militancia. En 1998, cuando avanzaba la enfermedad de Emilio Mignone, supo que debería asumir la presidencia del CELS, que estaba en una situación crítica. Esta semana, entre sus papeles, sus hijos encontraron una agenda de aquel momento, con palabras que me conmueven.
Pero además de la atención a la salud mental de las víctimas y de la reparación y el castigo por aquellos crímenes, entendió que era necesario fortalecer la democracia en otras direcciones. “No somos la Comisión por la Memoria para acordarnos del ‘76. Somos la memoria de todas las veces que en este país por situaciones de emergencia se pasaron de la raya y entraron en el camino del todo vale”, declaró en un cuestionamiento a la violencia institucional consentida desde la política.
Cuando cumplió 90 años, las abogadas Carolina Varsky y Andrea Pochak evocaron el trabajo pionero de Laura, cuando las víctimas del terrorismo de Estado debían declarar ante los tribunales y también con quienes más adelante fueron víctimas de la violencia institucional, como Jorge y Raquel Wittis, padres de Mariano, asesinado junto con Darío Riquelme por un agente de policía. Esta semana, Valeria Barbuto y María José Guembe recordaron el lugar que Laura les dio a los jóvenes que se incorporaron ya en democracia al CELS, y también la pizca de coquetería que nunca perdió: “A diferencia de otras Madres, llevaba el pañuelo atado atrás, y alguna vez confesó que así quedaba mucho mejor. Como una continuidad de la forma en que cualquier mujer lo luce, desde que se unió a Madres de Plaza de Mayo, nunca se lo quitó. Ese pañuelo blanco no solo la vistió, sino que desde entonces la definió”.
Cien años bien vividos
Los cien años que vivió Jimmy Carter están documentados en la Biblioteca que lleva su nombre. El National Security Archives (NSA), que es una entidad privada dedicada a investigación sobre la política exterior de Estados Unidos, acaba de publicar una selección de ese material. Aunque gobernó solo un mandato, Carter dejó una huella profunda, que se agiganta con los años. Uno sus sucesores, Barak Obama, recibió el premio Nóbel de la Paz en cuanto asumió la presidencia, por lo que se suponía que iba a hacer en favor de la paz (y que no hizo). Carter pudo haberlo obtenido en 1977, cuando devolvió a Panamá su canal, o en 1979, cuando reunió al Presidente egipcio Anwar El Sadat y al Primer Ministro iraelí Menachen Begin, para firmar los acuerdos de Camp David que pusieron fin a 31 años de guerra.
Pero lo más notable es que lo recibió en 2022, dos décadas después de concluir su mandato, por su “incansable esfuerzo para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, hacer avanzar la democracia y los derechos humanos, y promover el desarrollo económico y social”.
En los documentos publicados por el NSA no se menciona a la Argentina. Sin embargo, la presión de su gobierno a Videla, Massera & Cía., el envío a Buenos Aires de la encargada de derechos humanos en su gobierno, Patricia Derian, mujer para espanto de los generalotes obligados a recibirla, y la suspensión de créditos para grandes obras hidráulicas acortaron la vida de la dictadura. Desde la embajada en Buenos Aires, Tex Harris mantuvo contacto permanente con los organismos defensores de los derechos humanos, ayudó a muchos perseguidos y compiló una extensa nómina de personas detenidas-desaparecidas. Luego de años de negociaciones, Carter consiguió que la dictadura aceptara la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979.
Dos años antes, Rodolfo Walsh había denunciado la “sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga. Extremistas que panfletean el campo, pintan las acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya su carácter de represalias”. Pero recién el informe de la CIDH, de 1980, quebró por primera vez el cerco informativo que ocultaba esos hechos y marcó el principio del fin del terrorismo de Estado.
Lanata, Laura Conte y Carter: la muerte no afea ni embellece.