Inflación cero, pero a qué costo: pobreza, hambre y desocupación también son la economía
- Columnas
- 21 de agosto de 2024
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Por María Quintero
La debacle en la que se sumerge el país es integral. Por eso, resulta tan complejo tener una respuesta simple y concisa para lo que se está atravesando. Con perplejidad se observa cómo Javier Milei festeja una estabilidad recesiva que parece no tener rechazo social, aunque las consecuencias de la recesión son brutales. En tan solo siete meses, el gobierno libertario batió el récord y aumentó 11 puntos la pobreza.
La Argentina tiene hoy una pobreza de casi 55 puntos y la indigencia en un 20,3 %, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina. A estos datos hay que sumarle la depresión de los salarios, el ajuste a las y los jubilados, el desempleo, la fractura de los sindicatos y la falta de transferencia de dinero a las provincias. Más del 70 por ciento de las infancias está debajo de la línea de pobreza. Y algo más doloroso aún: 3 de cada 10 niños se encuentran en la franja de indigencia.
Mientras desde el gobierno nacional festejan la inflación cero, Unicef, en su informe sobre la “Situación de la niñez y la adolescencia. Octava Ronda 2024”, denuncia el hambre entre los pibes y las pibas: 7 millones viven en la pobreza monetaria; un millón de niños y niñas se van a dormir sin cenar, y la cifra asciende a un millón y medio si se incluye a quienes deben saltear alguna comida del día.
El combo no termina acá. En este contexto, se escucha de manera cada vez más cotidiana entre quienes aún no cayeron bajo la línea pobreza que ya no llegan a pagar un alquiler, o que comenzaron a ajustar el presupuesto en comida y medicamentos.
Mientras la pobreza y el hambre avanzan y la libertad se aleja cada vez más del pueblo argentino, el ministro de Economía Luis Caputo festeja la baja de la inflación, la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello esconde el alimento para los comedores, y Milei se ríe de quienes la están pasando mal: “La gente va a decidir de alguna manera para no morirse de hambre”, provoca.
Sin embargo, ante esta realidad cuasi distópica, la entelequia mediante la cual el gobierno nacional entiende y describe la economía pareciera introyectarse en el relato social.
Hay algo de la abstracción económica que rige a la política que grita Milei que se traduce en una esperanza social convencida de que con solo bajar la inflación alcanza para resolver la crisis. Como si la inflación es cero, el déficit es cero estuvieran llenado las heladeras, los bolsillos de las trabajadoras y los trabajadores y la panza de las infancias.
El hambre y sus consecuencias, sin dudas, son parte de la economía. Aunque los gritos de Milei diga lo contrario. Porque el problema es económico, pero también es político y social. Por eso es más complejo de explicar que la ecuación hambre-crisis no nos esté dando como resultado, al menos por el momento, “el fuera Milei”.
El relato mediático y simplificado de la inflación y el déficit fiscal como el principal problema en el país caló hondo, casi tanto como la idea de la violencia y la deshumanización como síntomas de rebeldía, en una sociedad cada vez más sumida en el individualismo y en las nuevas formas de comunicación impuestas por la tecnología.
Las infancias tienen hambre, la economía sea cae a pedazos y la ley Bases y el RIGI entregan recursos estratégicos y soberanía. Sin embargo, eso sucede mientras todo sigue como si nada. Pasan los colchones y colchones de gente durmiendo en las calles ante las miradas ausentes de quienes caminan a su lado por la ciudad.
Esa pobreza ya es parte del paisaje. La gente hoy le clava el visto a la crisis.
La crueldad no es solo ejercer el mal sobre otros u otras. Una de las formas más complejas de la crueldad es la indiferencia ante la realidad de otros y otras, ante el sufrimiento de otros y otros.
Dice la economista y escritora Mercedes D’ Alessandro (autora del libro Economista feminista), con su característica lucidez, que hay un fenómeno social que como movimiento popular no se está analizando, y que es allí donde se debe ir para entender el inicio de estos tiempos: la pandemia.
¿Qué pasó en la economía durante la pandemia? ¿Cómo fue que las empresas de plataformas (Mercado Libre, Amazon, Rappi, etc.) y las de redes sociales (Elon Musk, por ejemplo) se convirtieron en los nuevos monstruos del capitalismo (o tecnocapitalismo)? ¿Cuáles son las nuevas formas de trabajo que trajeron esas plataformas? ¿Cómo se contiene a una juventud que quiere ser youtuber y no médica, abogada, profesora, política…? ¿Qué pasó en la salud mental de la sociedad que se convenció de que tal vez aislados estén más seguros? ¿Se exacerbó tanto ese individualismo hasta llegar a romper la empatía por el otro? ¿Qué acciones contribuyeron al discurso de que la fuerza política que quiere la justicia social y la felicidad del Pueblo hoy sea vista como la casta?
Estas y muchas preguntas más hay que comenzar a desandar y debatir, mientras paralelamente, volvieron las ollas populares a los barrios para paliar el hambre y se piensa un plan de gobierno que reconstruya la Patria, una vez más.
La responsabilidad es volver a ser rebeldes ante una época que propone individualismo, agresión y destrato. Hoy la rebeldía es ser solidarios, empáticos, responsables afectivamente. Ante el individualismo, la rebeldía es construir comunidad, el abrazo y la mano tendida.
La debacle en la que se sumerge el país es integral. La respuesta es compleja, porque sin dudas, cambiaron las preguntas.
Sin embargo, lo cierto es que ni la inflación y el déficit cero resuelven la crisis y que la pobreza, la indigencia, el desempleo, y el hambre en las infancias son parte también de la economía que aplica Milei, de la micro y de la macro. Son parte de un plan económico exitoso para unos pocos, muy pocos. Pero un fracaso para la mayoría. Son parte de un plan político de entrega de soberanía.