Contra la crueldad del Príncipe

Contra la crueldad del Príncipe

Columna del politólogo e historiador Hernán Brienza.

En una lúcida y fecunda nota titulada La crueldad ilimitada, el ensayista Alejandro Kaufman alertó hace muy pocas semanas a los argentinos sobre una de las características más notorias y preocupantes del sistema cultural que lidera el presidente Javier Milei. Algunas de las frases que nos ayudan a reflexionar en ese texto deberían rumiarse una y otra vez para poder desentramar algunas de las motivaciones que movilizan a las principales figuras de la Libertad avanza. “La Emancipación puede definirse como superación de crueldades”, sentencia Kaufman. “Uno de los rasgos decisivos del fascismo es su crueldad como política. No solo no se propone disminuirla o abolirla, ni desear o imaginar tales atenuaciones, sino al contrario, su propósito es quitarle todo freno, investir al poder de una expansión ilimitada de la crueldad”, describe. “Milei lo dijo todo y creímos haberlo escuchado, pero es discutible qué entendimos, adherentes y adversos. Su performance introdujo umbrales muy elevados de percepción de la crueldad y los convirtió en normales porque se le dejó hacer y decir palabras y gestos inéditos en la esfera pública, cada uno de ellos susceptible de ostracismo. Un solo ejemplo: el mercado debe ser libre porque se regula solo, pero ¿cómo? Si lo producido no es de mejor calidad y precio el productor quiebra. Esa palabra en su boca se repitió hasta el hartazgo. Quebrar. Como si así se pudiera autogobernar la vida en común. El mercado como gobierno totalitario, sostén de ilimitada crueldad”, concluye al pie de su nota. Apenas unos días después, el escritor Martín Kohan aseguró que “la crueldad está de moda en la Argentina. Luce bien, cae bien. En un contexto donde la empatía y la solidaridad deberían prevalecer, se observa una preocupante tendencia hacia la humillación y la exposición de otros al ridículo”.

Inhumanidad, fiereza, “la obtención de placer en el sufrimiento y dolor de otros o la acción que causa tal sufrimiento o dolor”, son algunas de las definiciones de manual de la palabra crueldad. “Carne cruda sangrante” o “quien se regocija en la carne derramada”, es la raíz etimológica del latín que nos trae esa palabra de lo insondable del ser humano. “La crueldad es el fracaso de la ternura. En la sociedad actual es un producto de consumo. Hay una estética de la crueldad en la televisión, en el cine, en los cómics. Y como producto del consumo, está banalizada”, explicaba el psicoanalista Fernando Ulloa, en el crepúsculo del menemismo al diario La Nación. “La crueldad requiere de un dispositivo sociocultural para prosperar. No es lo mismo la crueldad que la agresividad, que es parte de la conducta humana”.

Vuelvo a la palabra “inhumanidad”. Produce ternura existencial observar la autocomplacencia con que los seres humanos se miran a sí mismo. No hay otra cosa que humanidad en la crueldad. Y entiendo por crueldad el “mal innecesario”, acaso por goce propio, o, en todo caso, por exceso de convencimiento. Porque también los fanáticos de su propio Bien pueden ser crueles. Lejos de ser inhumana la crueldad es intrínseca de nuestra condición, como bien sugiere André Malraux en ese alumbrador texto que lleva por título, justamente, La Condición Humana.

En filosofía política, muchos autores han escrito sobre la crueldad. Thomas Hobbes, Inmanuel Kant, Baruch de Spinoza, Friedrich Nietszche, Fiodor Dostoievski, Sigmund Freud, Hannah Arendt, Michel Foucault, Judith Butler, son algunos de los ejemplo de una lista que es interminable. Pero en materia política, quien ha lanzado la piedra con realismo y no ha escondido la mano con autopreservación moral es, como ya sabemos, el florentino Nicolás Maquiavelo. En el capítulo XVII de su celebre El Príncipe, diserta: “Declaro que todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de emplear mal esta clemencia (…) Un príncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe sólo van en contra de uno. Y es sobre todo un príncipe nuevo el que no debe evitar los actos de crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad de peligros”.

Una lectura rápida de la cita podría llevarnos a la conclusión equivocada de que Maquiavelo recomienda la crueldad como herramienta política. Pero si uno lee a contrapelo la frase comprende que lo que filósofo aconseja es, en primer término, la clemencia, recibir el amor del pueblo. En todo caso, lo que sí dice es que si la razón de Estado lo amerita el príncipe debe hacer uso de la crueldad para evitar males mayores. Pero esa crueldad debe tener un límite. Leamos: “El príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastará que se abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación conveniente y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”.

¿Es posible traducir a Maquiavelo al presente? ¿Es el presidente Javier Milei amado? ¿Temido? ¿Respetado? ¿En qué momento este “príncipe nuevo” trasciende el umbral de la tolerancia a la crueldad por parte del pueblo y se convierte en un príncipe odiado? ¿En qué momento la burla, el goce, sobre el sufrimiento de millones de argentinos y argentinas que ven estropeados sus patrimonios (y por lo tanto su libertad), se convierte en maldad innecesaria, en crueldad ilimitada? ¿Cuánto falta para que algún vocero, pasado de tirifilo, aconseje a los empobrecidos con sarcasmo, que “coman brioche”, como dicen que dijo María Antonieta cuando los campesinos le dijeron que ya no tenían pan?

Este martes miles de estudiantes y obreros le están diciendo que no a Milei, que no van a soportar la crueldad de dejar sin patrimonio ni futuro a millones de argentinos que estudiaron, estudian y estudiarán en la universidad pública.

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