El otro es la náusea

El otro es la náusea

Por Daniel Rosso, director de la AM530

Para Javier Milei gobernar es acumular sinónimos: decir lo mismo a través de palabras distintas. Los parlamentarios, por ejemplo, son maníacos, degenerados del gasto público, habitantes de un mundo de ratas.  Como protagonista central de un régimen político que distribuye el odio, el presidente perfecciona constantemente sus modos de nombrar.

La democracia se resiente cuando el presidente nomina porque su acumulación de sinónimos clausura todos los diálogos. Sus discursos son una barrera. Un ejercicio de separatismo verbal. El otro es la náusea.

Su barroquismo beligerante produce en simultáneo la nitidez del oponente y su distancia. Milei no discute: ejecuta. A través de Twitter, su fábrica de emociones, administra rencores y venganzas. Sus tecnologías sentimentales tienen la lógica de la interrupción: el afecto es distribuido en un mercado imaginario en el que lo da o lo retira según sus estados de ánimo. Es un gobierno de conducción introspectiva. Lo sabe el jefe  de Gabinete, Nicolás Posse, a quien el Presidente no saludó en varias ocasiones durante los actos por el 25 de mayo. La amistad es un consumo ocasional. La gestión de la Argentina depende de stock cambiante de las emociones presidenciales.

Ese estilo político es útil para nombrar nítidamente a sus oponentes. Pero no lo es para construir alianzas. Un título de Clarín es elocuente: “Seis meses y ninguna ley: Milei con el peor arranque legislativo de la democracia”.

Este es uno de los mayores problemas del gobierno de la Libertad Avanza: no logra resolver la relación entre su desprecio por el sistema político con su necesidad de aprobar sus iniciativas a través de las instituciones. Rechaza al sistema político pero, en simultáneo, le pide a ese sistema político que legalice sus proyectos. Es antirrepublicano pero recurre a la república. Tiene sesgos antidemocráticos pero aspira a que el andamiaje institucional de la democracia apoye sus iniciativas. Su estilo choca contra los cimientos del orden institucional. Pero no es sólo una cuestión de formas: su programa extremo coincide en muchos puntos con las políticas de la última dictadura cívico militar. El pacto democrático fundado en 1983 sigue operando como el inconsciente de la extrema derecha: están en contra pero, desde un lugar que no controlan, no pueden desconocerlo.

Independientemente de que logren o no aprobar la ley “Bases” es un gobierno que pierde gradualmente imagen y legitimidad. Las últimas encuestas muestran que las principales preocupaciones sociales son el desempleo o la insuficiencia de los ingresos. El núcleo duro de la Libertad Avanza es del 30 por ciento. Es el voto “faquir”: los ascetas dispuestos a exponer su cuerpo – o el de otros – al dolor de las carencias y la insatisfacción. Es un nacionalismo del ajuste. Una épica de la restricción. El hambre, para muchos de ellos, es un insumo de la reconstrucción del país. El único límite es la muerte. Mientras ello no suceda el ajuste puede avanzar. Por eso ante el manifestante que le recriminó que “la gente no llegaba a fin de mes”,  la respuesta del Presidente fue: “si la gente no llegara a fin de mes ya se hubiera muerto”. Sin embargo, más allá de ese núcleo duro, los apoyos al gobierno comienzan a debilitarse. Muchos están en el límite de su tolerancia. Algo  lentamente comienza a cambiar.

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