Crónica de una charla entre el Míster, los Marsupiales, el Perro y un Biógrafo
- ALERTA!El COHETE A LA LUNAGERENCIA PERIODÍSTICANoticias
- 12 de mayo de 2024
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Por María Quintero – Gerente periodística de AM530 Somos Radio
Agita el viento fuerte de mi querido Oeste a medida que avanzamos por la autopista cubierta por una mañana que asoma entre lloviznas pero que, con el pasar de las horas y la charla, se volvería soleada. Maldición va a ser un día hermoso. Es la mañana del miércoles 8 de mayo de 2024.
Mientras miro los carteles que marcan el camino hacia Parque Leloir, en Ituzaingó, pienso, recuerdo… y kilómetro a kilómetro empiezo a caer en la cuenta de que en minutos conoceré al Indio Solari.
Si a la pibita que fui en 1990 alguien le hubiese dicho que 34 años después iba a charlar con el Indio en la cocina de su casa, seguramente habría reído, adolescente, incrédula…
El primer recital de mi vida fue un Obras 90, recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fui a la misa de la mano de mi hermano mayor, la única misa a la que podría llevarme una persona tan persistentemente atea como influyente en la banda de sonido de mi vida.
Empiezo esta crónica con este recuerdo porque es hacia donde me trasladó la conversación con el Míster en la trastienda de la charla oficial cuando, entre café y cannolis, nos contó sobre su influencia musical y The Beatles. Justo en ese momento entendí que los Marsupiales somos nosotros y nosotras, seres humanos parados cara a cara a la vida resguardados en nuestras mochilas, con el tesoro inocente de aquellos y aquellas que alguna vez fuimos.
Bajamos de la autopista en el Puente Martín Fierro y avanzamos en caravana hacia el encuentro más esperado. En el auto de adelante iban Horacio Verbitsky y Marcelo Figueras.
Marcelo Figueras es “el biógrafo”, como lo llama el Indio. Marcelo es como una especie de libro al cual el Míster vuelve una y otra vez cuando recuerda momentos, anécdotas, fechas.
El auto de atrás era un taxi que manejaba Gerardo y que tenía tan solo la misión de llevarnos a nosotros y a los equipos, esperarnos y devolvernos a la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, y en una historia que se precie de tal, como narración de un encuentro entre seres míticos, el taxi no fue solo un taxi, fue Toxi Taxi, y Gerardo no fue solo un taxista, sino el creador y protagonista de la divertida anécdota de un final soñado para un encuentro con el Indio Solari.
En el Toxi Taxi viajábamos Gerardo, Charly, operador y técnico de la Radio de las Madres de Plaza de Mayo, y yo.
A medida que nos acercábamos al portón de entrada, aumentaban los nervios, y yo iba cayendo en la cuenta de que lo que iba a vivir era único, histórico, un antes y un después en mi profesión y en mi vida. Íbamos a grabar una charla entre “el Perro” Horacio Verbitsky y el Indio Solari. Ambos se conocerían en ese momento. Ambos pondrían frente a los micrófonos análisis e historias de noticias de ayer, de hoy y de mil rocanroles.
Casi como en un acto de suspenso, lentamente comenzó a abrirse el portón. Del otro lado, con una de sus clásicas camisas, y entre todo ese verde y aire fresco, estaba parado el Indio. No había más preámbulos, el asunto estaba ahora y para siempre en nuestras manos.
Gerardo, en ese instante, lo supo también, su sorpresa y emoción resulta descriptiblemente imposible para esta crónica.
Bajamos de los autos ante la mirada atenta, desde el otro lado de una ventana, de un ovejero que descansa en manto negro. Entramos y, por fin, ya estábamos ahí. Un estudio, computadoras, micrófonos, fotos y esculturas, y en las paredes colgando los cuadros pintados por el Indio. Fisonomías a mitad de camino entre la humanidad y la maldición de Luzbelito. De todas y cada una me quedaron grabados sus ojos, sus miradas, profundas, brillantes.
La escena estaba armada, dispuestos los micrófonos y los protagonistas listos. El encuentro que había propiciado y moderaría el Biógrafo comenzaba a fluir, casi al mismo tiempo en el que la luz de la mañana, que comenzaba a escaparse a las nubes, entraba por la ventana. La escena era cálida, impactante, conmovedora.
Fui espectadora privilegiada y de lujo de las más de dos horas de charla. Estuve ahí mientras el Míster se sumergía en una gran discoteca repleta de una extensa marea de CDs de variados y más variados estilos musicales. El objetivo era elegir los temas que acompañarían la charla. El Míster miraba las tapas de los CDs y reconocía minuciosamente los temas que habitaban detrás de cada una de ellas.
Fui comensal y partícipe de una charla de café en la cocina de su casa que tuvo intercambio de comentarios sobre escenas de El Padrino en las cuales los Cannolis eran protagonistas, fuimos carcajada en una tertulia distendida, tuvo política y algo de filosofía sobre la responsabilidad que impone sobre el hombre la creación del mito. Las Madres y la amorosa y sincera relación entre Hebe e Indio fueron parte de las anécdotas.
Ya entrado el mediodía, nos disponemos para irnos. El Indio se pone un saco gris sobre la camisa rayada. Salimos, sentimos en la cara el viento del oeste. “Este es un lugar alto, por eso se siente tanto el viento”, me dice orgulloso el Indio de su lugar en el mundo. Sonrío porque sé que el Oeste te agita y te atraviesa el alma para siempre.
Cuando nos despedimos se acerca Virumancia a saludar.
También se acerca Gerardo y, casi sonrojado, le pide al Indio una foto.
El Indio se niega, se pone serio, y después se ríe. “Claro que sí”, concluye. Y así Gerardo tiene su foto nada más y nada menos que con el Míster.
Horacio y Marcelo se aprontan a traspasar con su auto del otro lado del portón.
En ese momento, entendimos que fue tanta la emoción por la foto de Gerardo con el Indio que Toxi Taxi tuvo un surmenage, no arrancaba.
La escena siguiente fue una comedia. De golpe estábamos parados frente al Indio Solari, al mito, a punto de empujar el auto para poder irnos. No quedaba otra, había que empujar y alguien debía dar arranque. “Yo ayudo”, dijo solidaria y sonriente Virumancia, y se subió enseguida al auto. Gerardo dio la orden: “vos pone en segunda y dale arranque, nosotros empujamos”… “Y yo rezo”, gritó desde atrás el Míster terminando la oración.
Nos fuimos felices. La mochila explotada con tanta desazón e impotencia de este 2024 mileista pesaba un poco menos. O al menos, la felicidad que teníamos en el alma ayudaba a cargarla. Me fui feliz, pensando en la paradoja de la vida y en cómo tanto en este 2024, como en los ’90, dos épocas políticas tan nefastas y destructivas, volvía a ser el Indio Solari una alegría en mi alma.
En los ’90 salí de obras amando al mito. Este miércoles salí de este encuentro amando, además, al ser humano.
Nos despedimos. Detrás del portón que se cerraba lentamente nos saludaba la figura del Indio, parado en medio del verde, con el brazo izquierdo en alto y los dedos en V. Sin dudas, el amor es un sentir y una idea.
¿De qué se habló en la charla entre en el Míster, el Perro y el Biógrafo?
Leelo acá: Dos potencias se saludan
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