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«La violencia del gobierno se traduce en políticas públicas»

En una entrevista en Un Buen Comienzo, el abogado y escritor Nicolás Papalía —autor de La rebelión de los mandriles— explicó que el libro buscaba “resignificar” el insulto que Javier Milei instaló en el discurso público. Más adelante señaló que detrás de esa metáfora había un ejercicio de violencia simbólica que “luego se traducía en políticas públicas”, y que por eso era necesario visibilizar y analizar ese mecanismo de manera compleja, especialmente desde las perspectivas de género. Papalía recordó que esos modelos de masculinidad implicaban concebir el poder como dominación, subordinando y sometiendo a cualquiera que pensara diferente.

En el mismo tono, desarrolló el concepto de “violencia masculinizante”, central en su obra: una forma de socialización que enseñaba a los varones que la violencia era una herramienta legítima para vincularse con otros. Según sostuvo, esa formación era el germen de la violencia de género y también la que el gobierno de Milei reforzaba desde sus intervenciones públicas. “Nos constituye como varones y después la reproducimos”, insistió, marcando que el problema no podía reducirse solo a la violencia ejercida contra las mujeres, sino también a cómo los varones eran moldeados para ejercerla.

Más adelante, Papalía analizó el discurso presidencial y observó un desplazamiento entre la supuesta sofisticación técnica de la escuela austríaca y un “machismo callejero” sin mediaciones. Para explicar esa mezcla, retomó una conversación reciente con Rita Segato y citó Tótem y tabú de Freud: lo que emergía era “un retorno a la horda primitiva”, una apelación a códigos atávicos que privilegiaban la imposición por encima de la palabra. En ese sentido, dijo que Milei y “sus secuaces” no buscaban debatir proyectos de Estado, sino reinstalar un tipo de masculinidad que se afirmaba mediante el sometimiento del otro, por más que a este gobierno le molestara nombrarlo así.

Con el mismo ímpetu, el escritor sostuvo que enfrentar esa “rebelión de los mandriles” requería sostener la discusión pública incluso frente al aparato estatal que promovía violencia simbólica y material. Subrayó que todas las personas estaban atravesadas por modelos de género que influían en la vida cotidiana y que el desafío era revisar prácticas propias, no pensar la violencia como un fenómeno ajeno. “Hay que construir transformaciones pequeñas, paso a paso”, afirmó, llamando a reconocer cómo esos mandatos operaban en los vínculos familiares, afectivos y sociales. Solo desde ese trabajo colectivo —con memoria, discusión y compromiso— podía desarmarse un clima político donde la violencia del gobierno ya se traducía en las decisiones del Estado.

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